Cuando tenía 18 años y vivía en mi ciudad natal de Mendoza, mi hermana mayor entró a mi cuarto blandiendo fascinada el cassette original de Nevermind que yo había comprado en mi viaje de intercambio a Estados Unidos hacía más de un año y medio. Que de dónde habían salido, que cómo no se los había mostrado, que qué.
No fue tanta la indignación de que mi hermana se hubiese entrometido en mi musicoteca como de que (¿en serio?) hubiese ignorado la existencia de Nirvana hasta ese 4 de abril de 1994. En casa había cable. En casa podíamos ver MTV. Nevermind ni siquiera era el último disco: yo ya tenía regrabado In Utero, el unplugged había sido un ultrafenómeno, y de hecho ya hasta habían tocado en Argentina y yo no fui porque había tenido que elegir –por razones de permiso parental y de dinero– entre viajar a Buenos Aires para ver a Nirvana en octubre de 1992, o viajar a Buenos Aires para ver a Duran Duran a principios de 1993, y opté -no sin inseguridad y angustia- por rendirle un (pensé) merecido tributo a mis gustos apasionados de la infancia e ir a ver a los ingleses, segura de que Kurt volvería, si está en la flor de la creación y vendrá mil veces a la Argentina, como los Stones. En cambio Duran Duran a poco deben estar de retirarse y les debo un ritual, una última veneración. Todo eso pensé.
Al día siguiente, 5 de abril, yo volvía a casa por la tarde, entro a la cocina, donde estaba el televisor, y veo a mi hermana la mayor con los ojos inyectados a menos de un metro del aparato. “¿Qué pasó, Laura?”.
Mi hermana descubrió a Nirvana un día antes de que Kurt Cobain se suicidara. Mi hermana estuvo clavada al tributo continuo de 72 o más horas que le rindió MTV (en ese entonces MTV era un gran canal, en serio). Vio todos los recitales en vivo que yo ya había visto, se empalagó de las secuencias de “Smells like teen spirit”, seguramente vio también esa toma hermosa en la que Kurt le dice a Kim Gordon que era un honor para él tocar con Sonic Youth, y percibió mensajes secretos y mortuorios en el video de “Heart shaped box”. Se comió todos los homenajes, todas las entrevistas, todos los testimonios, escuchó a Courtney Love leyendo cartas en vivo. Yo no quise ver casi nada. Ninguna de las dos tenía entonces 27 años.
Gracias, hermana mayor, por tu amor a primera oída.
Y gracias, Kurt, porque en mi musicoteca seguís (perdón por la expresión) en la flor de la creación.
PD: Duran Duran volvió a la Argentina una y otra y otra vez. Volvió mil veces. Sigue volviendo. De hecho tocaron anteayer en el Lollapalooza.
Nada que hacer.